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Valencia. Operación barro
Valencia. Operación barro
«A los doce años, el pequeño dibujante tenía vacaciones escolares a pesar de que el calendario estaba consumiendo los últimos días de octubre. Muchas y muy trágicas circunstancias se habían dado cita en la ciudad para que no hubiera escuela: el 14 de octubre de 1957 Valencia había sufrido una riada memorable y el caos se había apoderado de cualquier atisbo de normalidad. De modo que entre las docenas de casas que se habían venido al suelo a causa de la inundación, una había cortado con montones de escombros la calle de Carniceros, donde estaba su escuela. Además, el colegio de los Escolapios había sido convertido en improvisado refugio de personas sin techo y centro de distribución de socorros.
El pequeño dibujante pasó un par de días en casa, asustado por lo que oía contar a los mayores y lo que las emisoras de radio difundían. Pero no mucho después fue autorizado a salir a la calle para ver el espectáculo de una ciudad invadida por más de medio metro de barro sobre el que miles de personas chapoteaban con palas, cubos, cepillos y cualquier herramienta disponible. Llegaron soldados por docenas a bordo de muchos camiones. Y la gente, sobre todo los hombres, jóvenes y mayores, desarrollaron duras jornadas de batalla contra el barro.
La tienda de tejidos de la calle de los Ramilletes, 6, donde trabajaba el padre del estudiante sin escuela, fue una de las cien reventadas por la inundación; de modo que las ocho horas diarias de atenciones a las señoras que compraban sábanas y sedalinas fueron sustituidas por diez o doce horas de pala y escoba en contra de un barro que se volvió arcilla en pocos días y luego se transformó en un polvillo rojizo que levantaba nubes al paso de los viandantes. El chaval, que vivía en la calle Turia, sentía que estaba viviendo algo muy importante, un espectáculo que merecía ser contado, retenido en la memoria para siempre, fotografiado. Era preciso verlo y asimilarlo todo. De modo que sus salidas fueron menudeando y haciéndose cada día más atrevidas en la distancia.
Un día fue a la plaza de Sant Jaume, donde le sorprendió ver barcas planas de la Albufera con la quilla al aire. Otra excursión le hizo entender qué fétidos pueden ser docenas de sacos de maíz mojado y fermentado en una lóbrega planta baja. La Glorieta, descubrió un día, solo mostraba los respaldos de los bancos sobresaliendo de un suelo que se había elevado. Barriles y mostradores, sillas, ropa, colchones y neumáticos: en las plazas se encendían piras y las mujeres hacían discretas confidencias sobre el drama de una portera en una planta baja.
El cauce del río y los puentes, los jardines y los callejones, todo de color marrón, eran un escenario donde soldados y paisanos luchaban, armados de picos y palas, por poner orden en el caos. Y un día, el pequeño dibujante se dio de bruces con una escena que jamás ha podido olvidar: formados y alineados, en descanso después de un duro día de faena, allí estaban, a ambos lados de la Alameda, docenas de camiones basculantes, volquetes, traillas, empujadoras y excavadoras.
Dominaba el color amarillo de la Caterpillar y en muchas puertas estaba pintada la bandera americana: las máquinas habían dejado de trabajar en las explanaciones del Plan Badajoz y se habían trasladado a Valencia.
Para un niño de doce años, la fascinación superaba a la de cualquier película o tebeo de hazañas bélicas. Con lo que tenía, una libretilla y un lápiz, el pequeño dibujante se puso a trabajar, a tomar apuntes y notas, a captar y retener lo que tenía ante los ojos. Su trabajo llamó la atención de un fornido hombre negro con mono de faena, que debió hacer una pregunta en inglés. El pequeño dibujante, azorado, explicó lo evidente:
- Es que no quiero que esto se me olvide...».
Francisco Pérez Puche
Las Provincias. 5 de agosto 2017
«A pesar de la insistente lluvia que el domingo tanto dificultó las tareas de desescombro y limpieza de barro, ha realizado en estos dos días una labor notable. La guerra contra el cieno es algo que no puede paralizarse y que necesita el concurso de todos y la ayuda de cuantos vecinos tienen enfangados los alrededores de sus viviendas. Valencia entera está vibrando en esta campaña y nadie es capaz de calcular las energías que se desarrollan de una manera ininterrumpida.
Bajo el mando militar de jefes de ingenieros y de otras armas, que dirigen la tarea en cada uno de los catorce sectores en que se ha dividido la ciudad, actúan las fuerzas del Ejército y de Aviación, secundadas por los voluntarios del SEU, del frente de juventudes y abundantes particulares. La maquinaria con que se cuenta hasta ahora, tanto militar como civil, será incrementada con otros refuerzos que han de llegar de distintas plazas de la III Región y también de Madrid, entre ellas, lanzallamas para quemar los restos orgánicos en putrefacción. No obstante, esta maquinaria ha de ser reemplazada por el trabajo a brazo en determinadas zonas en que la fluidez del terreno no permite la acción del material pesado. Se calcula, a grandes trazos, en doscientos millones de toneladas la cantidad de barro, que ha de desplazarse.
Una de las colaboraciones más eficaces ha sido y es la prestada por la Unidad de Guías Montañeros del Frente de Juventudes, que desde el primer día, acompañada por un sacerdote que se niega a dar su nombre, está dedicada a la tarea de recoger los restos de animales muertos que aparecen por diversos barrios en estado de putrefacción. Hasta ayer domingo no se les pudo proveer de guantes de goma y botas de agua a esos muchachos, que con el calzado destrozado y chapoteando entre el cieno trabajan horas y horas, sin resistirse a abandonar su tarea más que para tomarse un corto reposo e inyectarse las dosis antitetánicas que muchos han necesitado, así como fumigarse con formol.
En relación con este tema se nos ha hecho saber en el Estado Mayor del general de Ingenieros jefe de las tareas de desescombro, la conveniencia de que aquellas personas que puedan envíen a dicha jefatura guantes de goma y botas de agua materiales ambos tan necesarios en la tarea acometida.
Igualmente, se nos dice que aquellas personas que puedan, deben proceder por sus medios a retirar las materias orgánicas –vegetales o animales– que se encuentren en estado de putrefacción, y enterrarlas después en una fosa de dos metros de profundidad. Será una colaboración muy eficaz para que Valencia quede limpia cuanto antes. Cuando se trate de materias que por su volumen o cantidad no puedan ser retiradas por los particulares, deben éstos pasar aviso a la jefatura militar de desescombro, establecida en la CNS, avenida del Oeste».
Las Provincias 22 de octubre de 1957
Fotografías. Las Provincias. Levante EMV. José Navarro Escrich. VAHG. Todocolección